En enero del 2009, a los 16 una psiquiatra le dijo a
mi madre que me internara en una clínica psiquiátrica por mis ataques de pánico
y mi depresión. Ella me llevo al neuro provincial, soy de Córdoba, y no me
aceptaron por mi corta edad y por mi perfecto estado de salud, más allá de una
depresión que me castigo antes y después de eso. Pese a todo, al otro día mi
mamá consiguió llevarme a una clínica neuropática privada. Pero con un pequeño
detalle: me llevo engañada diciendo que solo iríamos a ver a un nuevo
profesional para que nos ayudara.
Al llegar a la institución me hicieron pasar por varios
pasillos hasta llegar a una zona donde me hicieron sentar y sacaron un enorme
formulario que se titulaba: FORMULARIO DE INTERNACIÓN.
Ni lenta ni perezosa le pregunte a mi mamá que era eso y me
dijo: "Va a ser lo mejor hija". Me agarró una crisis de nervios terrible, me pichicatearon... pero nada surtía efecto.
Mi mamá me estaba abandonando ahí, o eso sentía yo.... lavándose las manos y ni mi padre
sabía! Logré sacar mi celular, llamar a mi padre, pero entre enfermeras y
enfermeros me arrastraron por la institución, me siguieron pichicateando y me
llevaron a la celda de castigo: LA TRECE.
Si, la 13 se llamaba! Estaba en el pabellón de los que están
de por vida en la clínica. Era una pieza con un catre de hierro, una colchoneta
y tres paredes. Digo tres, porque la 4° era una reja que daba a un patio
interno. La puerta se mimetizaba con la pared. Estaba encerrada, sin baño ni
nada. Pleno enero del 2009, estaba menstruando, me comieron los mosquitos.
Grite 6 horas seguidas, me tiré sobre mi propio vómito al piso. Vino un
enfermero a la noche. Me pichicateó, quede en el suelo...
Al otro día me desperté en el suelo. Con frío, toda picada
por mosquitos, sucia. A la gente del pabellón la "habían soltado" para
desayunar. Caminaban en círculo en el patio. Yo pedía por una enfermera y nada.
Una mujer cada vez que pasaba me decía: "Como te llamas? Cuando cumplís
años?". Pero estaba tan perdida esta señora que me lo habrá preguntado
como 10 veces seguidas.
Pensé que ese era el fin de mi cordura. Estaba rodeada de
gente que no me comprendía. Llego la hora del desayuno y me di cuenta que por
una puerta venia la gente del otro pabellón. Se compartía comedor. Grité con
todas mis fuerzas y se acercó un chico corriendo y me dijo: "No puedo
estar acá, pero te traje una botella de agua". Genial, pensé, y después de casi 20
horas de ayuno total volví a tomar agua.
Para el mediodía ya me había resignado
y vino una enfermera a avisarme que mi madre había llevado ropa. Que me bañara y
que fuera almorzar. Me lo dijo tan tranquila, tan dulcemente como si me hubiera
invitado al hall de un hotel.
Cuando la enfermera me vio me dijo: "Vomitaste?" y
al verme mejor me dijo: "Estas indispuesta?" Obvio que la respuesta a
todo era SI, pero me limité a no gesticular ni un signo de vida. Mi mamá me
había llevado ropa que ni me entraba. Típico calzón del fondo del cajón que te
regalaron y que no da para ir a cambiar. Me ayudaron a bañarme en un baño de
ese pabellón y luego de eso me llevaron al otro pabellón. "Acá vas a
estar", me dijeron.
No estaba tan mal, al lado de lo anterior nada estaba mal. Me podrían haber llevado ahí desde un
comienzo. Me hubieran ahorrado 24 hs. de intensas actitudes suicidas para con
el borde del catre. Ese pabellón tenía separado mujeres de hombres. Éramos como
30 en total. Había una mesa y un televisor. Nada más. Yo era la más chica, pero
en serio. Nadie tenía menos de 30 años ahí. Con el tiempo me entere que era
ilegal que me internaran a mi sola ahí, pero bueno, ya está.
Me tocó la pieza
2. Compartíamos cada 5 personas una pieza y cada 10 personas un baño. No
teníamos nada propio y por la noche nos robaban. Si te quedabas despierto:
PICHICATA! Así que bueno, era irse a dormir rogando que no faltase nada al otro
día. Al principio compartí la pieza con una señora que se cagaba
encima y manchaba el piso con bosta. Qué necesidad de agregarle más miseria a
mi vida? No sé, por suerte se la llevaron rápido a otra institución.
Había talleres de
manualidades e iba siempre a recortar papeles al fondo. Era el único momento en
la semana que podíamos hacer algo... Salvo que tuvieras buena conducta y te
sacaban a caminar los domingos a la vuelta a la manzana. Conocí mucha gente con la cual perdí el
contacto, pero me sentí muy acompañada en ciertos momentos, ajenos a los únicos dos horarios de visita. Miércoles y domingo.
De más
está decir que después de esa trágica primera noche se me aumento cinco veces
más la cantidad de mis antidepresivos. Por día me hacían tomar 14 pastillas. El
primer miércoles fue mi papá, dice que no me reconocía. Yo creo que tampoco lo
reconocí. La primera semana se me paso volando porque no era consiente de lo que estaba pasando.
El mejor momento del día eran las 19hs... estaba permitido
recibir llamadas! El primer llamado siempre era de mi papa, el segundo de mi
novio, que se re porto, y a veces llamaba mi mamá. A las otras personas casi
que no las llamaban, pero a mi todos los días. Era feliz por eso.
La psiquiatra la conocí el día que analizaban mi alta. Nunca
antes la había visto. Psicólogas no había, no teníamos contención de ningún tipo.
La gente se escapaba, robaba, y nadie hacia nada. Estaba cerca el comienzo de
clases, entonces decidieron darme el alta con la condición de volver cada
semana a hacerme controlar.
El régimen de las pastillas no se modificó. Tenía un
certificado de somnolencia y se me permitía dormir en clases. Me sentía
moribunda, zombi, no podía seguir así. Empecé a esconder mis pastillas, a no
tomarlas. Mi madre no me controlaba y yo me sentía mejor. Pero al llegar las
vacaciones de invierno un nuevo pozo depresivo me hizo tomarme todas aquellas
pastillas guardadas. Le rogué a mi padre que no me llevaran a la Meelar. Y fue
así, no me llevaron. Solo fue un lavaje de estómago... un 25 de julio, cómo olvidarlo.
Empezaron las clases nuevamente. Ahora me daban
CARBAMAZEPINA. Un anticonvulsivo. Si antes no tenía reacción con el CLONAZEPAM
y todas las otras cosas que me daban, ahora con esta medicación no podía
reaccionar ni al ataque mortal de una babosa. Lo único que hacía era dormir y
estudiar.
Nunca en mi vida me había llevado una materia, necesitaba estudiar
más, me estaba yendo mal. Empecé a dejar de tomar la carbamazepina, la escondía
en las mangas, y las guardaba. Rendía recupera torios y me sentía la más inútil
del mundo. Cuando rendí el ultimo recupera torio, el 7 de diciembre del 2009,
me sentí tan abatida que la depresión volvió a apoderarse de mí. Me tome más de
40 pastillas de Carbamazepina. Lo último que me acuerdo era que quería apagar
la luz, quedarme a oscuras. Sabía lo que se venía.
Me desperté en la guardia del Sanatorio Allende. Mi padre de un lado,
mi novio del otro. Había salido mal, una vez más me habían encontrado. No
respetaban mi decisión de abandonar este mundo terrenal. No sé qué hora era, sabía que ya era tarde. No entendía nada. No podía mover mi cuerpo ni hacerme
entender. Era imposible hablar... Y ahí escuche a mi mama quejándose: "No
consigo ambulancia para llevarla a la Meelar!"
Dios! Porque de vuelta? Nadie había entendido que esas
visitas semanales a la clínica me habían destruido cada vez más? No podía decir
nada. Estaba entregada. Solo me largue a llorar.
El viaje en ambulancia no lo recuerdo. Pero en un momento
abrí los ojos y me estaban bajando. Estábamos entrado por el portón a la
Meelar. Era el portón del pabellón de la TRECE! Me agarro un ataque de pánico y
solo suplique a la médica que por favor no me dejara ahí. Entonces me reconoció
y me dijo: "Tranquilizate, no te entiendo. Decime que pasa!" y junte
fuerzas y le dije: "A la trece no, por favor". Y entonces la
enfermera dijo: "No la dejen acá, sigan por el pasillo, vamos al otro
pabellón".
Me volvió la vida. No iba a estar en la trece, aunque no
estaba en condiciones tampoco de estarlo. Perdí mi capacidad de caminar por 24
hs. más o menos. La camilla no entraba por el pasillo que separaba los
pabellones. El médico de la ambulancia tuvo que alzarme y me caí como peso
muerto golpeándome la cabeza contra la pared. Él tampoco la saco barata, creo
que se esguinzó la muñeca. Y así fue como en una precaria silla de ruedas me
llevaron a la 5. Esta vez la 5 era mi pieza.
Esta pieza no tenía camas ortopédicas y altas. Solo camas de
pino, a 30 cm del suelo. Peor aún para intentar levantarme. Ese día me limite a
gritar cuando necesitaba la chata. Al final me dejaron una chata puesta abajo y
otra al costado de la cama. Vomitar y mear...
A la noche me vino a visitar un médico y me dijo que le
explicara cómo me sentía. Solo le dije lo que más angustia me daba; además de
no poder levantarme, no veía. Las imágenes pasaban como lentamente y con muchos
flash de por medio. Me dijo: "JA, es normal. Ya te vas a poner
bien"... Eso era normal? Para mí no era normal.
Al otro día me di por vencida. No quería ni tomar el
desayuno. Seguía en la cama, con el 5° suero más o menos, vomitando y meando.
Se acercó una enfermera y me dijo: "Dale nena! Fuerzas! Acaban de llamar
de tu casa, estas en la bandera del colegio! Vamos nena, arriba!".
Yo en la bandera del colegio? Yo? Que me había pasado todo
el año durmiendo, que tenía malas actitudes propias de estar tan sedada, que me
había costado tanto levantar un par de aplazos... YO? Que ni siquiera había
terminado de cursar el año, que seguramente había quedado libre de faltas.
Porque yo? No se aún porque yo, pero eso me dio fuerzas para tratar de poner un
poquito de mi parte. Ya llegaba el mediodía y el hambre empezaba a aparecer en
mí. Esa era una buena señal.
Nuevamente a los gritos llame a una enfermera, de otro modo nadie te venía a ver, y el
portero de la clínica abrió la ventana desde afuera y de mal modo me dijo: "Que te pasa?"
y yo le dije: "Nada, quiero que me saquen la chata porque..." No me dejó terminar y empezó a gritar: "Che acá una se está cagando alguien le puede
llevar una chata?".
Que denigrante, que falta de tacto. La puta madre, que
vivencia del orto.
Bueno la cosa es que vino la enfermera del día anterior y
con mucha amabilidad me ayudo a pararme. Estuve un buen rato agarrada de una
baranda. Estaba muy mareada. Pero se acercaba la hora de la comida. Era bañarme
ahora, o nunca.
La 5 era la única pieza con baño incorporado. Un baño cual
baño de colectivo larga distancia. Me bañe sentada en el inodoro. La ducha daba
justo ahí. Una vez limpia y con más cordura, me vestí como pude y salí
entregada a una aventura en la clínica.
El 23 de diciembre me dieron el alta. Eso sí, yo pensé que
me faltaba tiempo ahí dentro. Estaba tan ilusionada con una navidad ahí, había
empezado a querer a mis compañeros, que nuevamente me sacaban todos más de 10
años de edad.
Llegué a mi casa y dije: "Si me quieren hacer un bien,
no me lleven más a ese lugar, por favor."
Mi vecina parece que fue la única que me escuchó y le dijo a
mi mama de un hospital de día que a regañadientes fue a conocer. Ahí empezó mi
nueva vida, lástima que era un hospital de día para anoréxicas y bulímicas y yo
tenía sobrepeso!
El primer día ahí dentro se me suprimieron casi
todas las pastillas, pero me las fueron sacando de a poco. Me di cuenta que
estaba bien cuando solo tomaba media, pero mi cuerpo no respondía a sus
estrictas dietas y mi madre había dejado de ir a las juntas de madre… se
terminaba el 2010, terminaba mi secundario, quise tomar las riendas de mi vida.
Era mayor de edad. Renuncié a cualquier tipo de tratamiento.
Eso me valió muchas peleas con mi madre y hasta el hecho de que me fuera de la
casa. Ella gritándome: "Enferma!" y yo rogando que no se despertara
mi ira. Al final todo estuvo bien.
Estoy en mi 3° año de universidad, me va bastante bien. Nunca más permití a nadie que
me diera una pastilla de ningún tipo. Me di cuenta que
la vida solo cuesta vida, como dicen. Hay que vivirla, como se pueda. De amor
nadie se muere, de calor nadie se muere, de dolor nadie se muere. Por lo menos
no en las condiciones en las que yo me sentía morir.
No sé si mi calidad de vida mental mejoro o si solo cada vez
son más las cosas que me chupan un huevo. Me hago responsable de todo lo digo,
hago y pienso. La verdad, estoy orgullosa de mi misma.
En enero del 2009 creí que mi futuro estaba ahí, en la
Meelar. En el pabellón de la trece, rodeada de gente con la cual no podría
tener nunca una charla coherente. Rodeada de gente que me iba a volver loca en
serio. Que con solo 24hs. me había vuelto un poco loca. Realmente me vi
pudriéndome encerrada en la trece.
Sola, sin mí papá, sin mis amigos, sin nada.
No sé qué fuerza mayor me hizo contener las ganas de reventarme la cabeza
contra la punta de hierro de catre, siempre me lo pregunto. Pero la verdad me alegro de estar acá.
Es
la primera vez que escribo sobre esto. Creo que se me fue la mano. En algún
momento yo tuve un diario, que lo prendí fuego, ahí relataba mis días y ponía: "Darío hoy se quiso escapar. Lo agarraron lo
pichicatearon y hace dos días que no lo veo" ó "Hoy entro la
"flaca", se había hecho un Tang con veneno para rata. La pusieron en
la pieza vip de la vieja coqueta*" (*La vieja coqueta era una que había
adoptado la Meelar como geriátrico y ella por decisión propia estaba ahí. Tenía
la mejor pieza, con tele, baño, cubre camas, camas lindas, etc...) Y relatos de
ese tipo....
Quemé
ese diario porque es una etapa pasada para mí. No voy a negar que mientras
escribo esto no se me pianta un lagrimón, pero bueno. Todo se puede. LO QUE SE
QUIERE SE PUEDE! Ese es mi lema. Nada es imposible en esta vida. Lo único que no tiene
solución es la muerte.
Creo que escribí esta crónica para mí, pero en realidad es bueno que la gente sepa más de mí antes de hablar... Me pasó una vez que una compañera en mi facultad se enteró de un 1% de ésto, más precisamente de la palabra "suicidio". Estábamos discutiendo en el patio, hasta el día de hoy yo no entiendo porque me tiene tanta bronca ni porque se enojó conmigo, y dijo: "SABÉS QUE? SUICIDATE!"
Vi en sus ojos la maldad, vi que quería herirme, sabía que ella había estado averiguando cosas de mí. Lloré, pero no porque ella me hubiese lastimado. Primero lloré por la ignorancia de la gente, que no sabe medir sus palabras. Lloré sabiendo que muchas veces yo no sé medir las mías, cómo ahora capaz... Pero tampoco soy tan insensible, admito que lloré porque me hizo acordar de lo que a veces intento olvidar: que la muerte me había llamado varias veces susurrando, y que a veces sigue llamando...