sábado, 6 de abril de 2013

Por siempre Moro!


Anoche me enteré de tu partida. No se porque me afectó tanto. No puedo aceptar que nunca más te voy a ver, que tu cuerpo no respira, que tus ojos se han cerrado para siempre.

Yo cuando sospeché que algo andaba mal te escribí, hace dos semanas... pero no me respondiste. Pensé que no tenías crédito, que habías cambiado el número. Nunca me imaginé que te estábamos perdiendo.

Últimamente no estábamos tan cercanos nosotros, pero no perdíamos el contacto. Por ahí nos mandábamos un texto, nos cruzábamos... Yo siempre te pensaba... la pasábamos tan bien! Anoche no he podido dormir recordando esos momentos.

No me lo esperaba, nadie se lo esperaba, seguramente ni vos te lo esperabas. Y acá estoy, simplemente recordándote y echándome la culpa de no haberme juntado con vos todas las veces que me lo pediste. Que tonta fui, porque dejé pasar tantas oportunidades!

Me prometo a mi misma pasar más tiempo con las personas que quiero, porque no se si soportaría otra pérdida así, tan lejana... tan inesperada.



Siempre te recordaré Moro!



lunes, 1 de abril de 2013

Delirios compartidos


Ella estaba sentada frente a un escritorio lleno de libros. Leía y leía sin parar hacía horas. Por momentos su perra venía a verla y ella le acariciaba la cabeza sin dejar de leer. De repente, una vez más, vino la perra, saltó sobre su rostro y se lo comió, literalmente. Ella cayó de espaldas al suelo y murió.

Lo que nadie supo es que quedó en la casa encerrada en un mundo paralelo, y estaba volviéndose loca por no encontrar la manera de comunicarse con las personas. Había sufrido su muerte más aún cuándo leyó cómo la presa se apoderó de la bizarra historia para ganar audiencia, había sufrido los lamentos de su familia y sobre todo los de su madre, pero por lo menos no sufría la oscuridad, ya que nadie apagó la luz de su cuarto desde que la tragedia había ocurrido.

Su madre siguió viviendo en la casa pero la pena la consumía día a día. La perra había sido sacrificada, algunos decían que tenía rabia, otros que sólo buscaban hacerla desaparecer. Nunca se supo el porqué de su accionar.

Esa pieza había sido abandonada, habían pasado meses en donde nadie entraba allí. Ella tampoco salía a deambular por la casa porque le era muy frustrante no poder hacerse notar. Desde que había muerto, su madre había dejado la luz prendida en recuerdo a su miedo a la oscuridad, pero la pieza estaba al fondo de la casa, así que allí pasaba días y noches leyendo, estudiando y pensando.

Un día esa lámpara dejó de funcionar. Muerta y encerrada en un mundo oscuro paralelo, ella tuvo miedo y volvió a la casa. Golpeó paredes, destruyó cosas, pero al segundo siguiente, todo lo que destruía a su paso volvía a la normalidad. Su madre notó que algo raro pasaba, por lo que se paró enfrente de la foto de su hija y la miró un largo rato, y secando sus lágrimas preguntó en voz alta antes de romper a llorar: "Habrás tenido algo para decirme hijita mía?"

Ella, sabiendo lo inservible que sería intentar consolarla, intentó con todas sus fuerzas abrazarla, pero fue en vano. El cuerpo de su madre se esfumaba ante sus brazos como quién intenta abrazar el humo de un cigarrillo. Recordó todos los momentos en que había rechazado los abrazos de su madre, el cariño... se arrepintió por todo y también comenzó a llorar en silencio. Tantos años sin valorar la vida, encerrada en su cuarto del fondo, pensando que la vida de los demás corría en paralelo a la suya, y ahora que realmente vivía en un mundo paralelo, se daba cuenta del mal que le había hecho a todos al preocuparse tanto por ella, su trabajo, sus ambiciones y su falta de reciprocidad. Porque no se trataba de que los demás no intentaban integrarla, simplemente ella se había apartado de la vida de todos, viviendo su propia, aburrida, vida. Sin embargo, ahora viva o no viva, seguía en su cuarto del fondo creyendo hacer lo que más disfrutaba.

Mientras ella meditaba sobre todo ésto, su madre dió media vuelta y miró hacia el fondo de la casa. No se irradiaba luz bajo la puerta. La luz que ella había dejado prendida en memoria de su hija se había apagado. Sin pensarlo demasiado, resolvió ir a cambiar la lámpara. Lo que ella no sabía, es que su hija había entrado detrás de ella.

La oscuridad no la asustaba si estaba acompañada. Cuando su madre colocó la lámpara, ésta no se encendió porque previamente ella había apagado el interruptor. Camino hacia éste, su hija tropezó en la oscuridad al perseguirla pensando que se iba. Su madre sintió un pequeño ruido pero no le dió mayor importancia.
Fué ahí cuando se dió cuenta que en la oscuridad podía hacerse notar con su madre y cada vez que tuvo oportunidad hizo su mayor esfuerzo por hacer ruidos.Era paradójico  sólo superando su mayor miedo podía hacerse notar. Lo que no sabía es que estaba asustando a su madre, por lo que ésta se había vuelto tan miedosa a la oscuridad como lo había sido ella, y finalmente ni siquiera dormía con la luz prendida.

Al cabo de un tiempo, su madre al no soportar la tristeza de la pérdida, y al darse cuenta del pánico que le daba apagar la luz, se entregó a su locura y empezó a vivir a oscuras. Su hija interpretó ésto, erroneamente, como que su madre quería escucharla, así que día a día hizo más alboroto para llamar su atención. Fué tarde cuándo se dió cuenta que en realidad su madre creía que deliraba.

Nunca se dió cuenta que fué su culpa el hecho de que su madre perdiera la cordura. Es más, la siguió hasta el geriátrico dónde la llevaron pensando que su madre precisaba de su compañía. Pero en realidad, sólo la hizo ponerse aún psicótica, y en uno de sus delirios su corazón no aguantó más y murió.

viernes, 29 de marzo de 2013

Crónica de un llamado a la muerte


En enero del 2009, a los 16 una psiquiatra le dijo a mi madre que me internara en una clínica psiquiátrica por mis ataques de pánico y mi depresión. Ella me llevo al neuro provincial, soy de Córdoba, y no me aceptaron por mi corta edad y por mi perfecto estado de salud, más allá de una depresión que me castigo antes y después de eso. Pese a todo, al otro día mi mamá consiguió llevarme a una clínica neuropática privada. Pero con un pequeño detalle: me llevo engañada diciendo que solo iríamos a ver a un nuevo profesional para que nos ayudara.

Al llegar a la institución me hicieron pasar por varios pasillos hasta llegar a una zona donde me hicieron sentar y sacaron un enorme formulario que se titulaba: FORMULARIO DE INTERNACIÓN.

Ni lenta ni perezosa le pregunte a mi mamá que era eso y me dijo: "Va a ser lo mejor hija". Me agarró una crisis de nervios terrible, me pichicatearon... pero nada surtía efecto. 

Mi mamá me estaba abandonando ahí, o eso sentía yo.... lavándose las manos y ni mi padre sabía! Logré sacar mi celular, llamar a mi padre, pero entre enfermeras y enfermeros me arrastraron por la institución, me siguieron pichicateando y me llevaron a la celda de castigo: LA TRECE.

Si, la 13 se llamaba! Estaba en el pabellón de los que están de por vida en la clínica. Era una pieza con un catre de hierro, una colchoneta y tres paredes. Digo tres, porque la 4° era una reja que daba a un patio interno. La puerta se mimetizaba con la pared. Estaba encerrada, sin baño ni nada. Pleno enero del 2009, estaba menstruando, me comieron los mosquitos. Grite 6 horas seguidas, me tiré sobre mi propio vómito al piso. Vino un enfermero a la noche. Me pichicateó, quede en el suelo...

Al otro día me desperté en el suelo. Con frío, toda picada por mosquitos, sucia. A la gente del pabellón la "habían soltado" para desayunar. Caminaban en círculo en el patio. Yo pedía por una enfermera y nada. Una mujer cada vez que pasaba me decía: "Como te llamas? Cuando cumplís años?". Pero estaba tan perdida esta señora que me lo habrá preguntado como 10 veces seguidas.

Pensé que ese era el fin de mi cordura. Estaba rodeada de gente que no me comprendía. Llego la hora del desayuno y me di cuenta que por una puerta venia la gente del otro pabellón. Se compartía comedor. Grité con todas mis fuerzas y se acercó un chico corriendo y me dijo: "No puedo estar acá, pero te traje una botella de agua". Genial, pensé, y después de casi 20 horas de ayuno total volví a tomar agua. 

Para el mediodía ya me había resignado y vino una enfermera a avisarme que mi madre había llevado ropa. Que me bañara y que fuera almorzar. Me lo dijo tan tranquila, tan dulcemente como si me hubiera invitado al hall de un hotel. 

Cuando la enfermera me vio me dijo: "Vomitaste?" y al verme mejor me dijo: "Estas indispuesta?" Obvio que la respuesta a todo era SI, pero me limité a no gesticular ni un signo de vida. Mi mamá me había llevado ropa que ni me entraba. Típico calzón del fondo del cajón que te regalaron y que no da para ir a cambiar. Me ayudaron a bañarme en un baño de ese pabellón y luego de eso me llevaron al otro pabellón. "Acá vas a estar", me dijeron.

No estaba tan mal, al lado de lo anterior nada estaba mal. Me podrían haber llevado ahí desde un comienzo. Me hubieran ahorrado 24 hs. de intensas actitudes suicidas para con el borde del catre. Ese pabellón tenía separado mujeres de hombres. Éramos como 30 en total. Había una mesa y un televisor. Nada más. Yo era la más chica, pero en serio. Nadie tenía menos de 30 años ahí. Con el tiempo me entere que era ilegal que me internaran a mi sola ahí, pero bueno, ya está. 

Me tocó la pieza 2. Compartíamos cada 5 personas una pieza y cada 10 personas un baño. No teníamos nada propio y por la noche nos robaban. Si te quedabas despierto: PICHICATA! Así que bueno, era irse a dormir rogando que no faltase nada al otro día. Al principio compartí la pieza con una señora que se cagaba encima y manchaba el piso con bosta. Qué necesidad de agregarle más miseria a mi vida? No sé, por suerte se la llevaron rápido a otra institución.

Había talleres de manualidades e iba siempre a recortar papeles al fondo. Era el único momento en la semana que podíamos hacer algo... Salvo que tuvieras buena conducta y te sacaban a caminar los domingos a la vuelta a la manzana. Conocí mucha gente con la cual perdí el contacto, pero me sentí muy acompañada en ciertos momentos, ajenos a los únicos dos horarios de visita. Miércoles y domingo. 

De más está decir que después de esa trágica primera noche se me aumento cinco veces más la cantidad de mis antidepresivos. Por día me hacían tomar 14 pastillas. El primer miércoles fue mi papá, dice que no me reconocía. Yo creo que tampoco lo reconocí. La primera semana se me paso volando porque no era consiente de lo que estaba pasando.

El mejor momento del día eran las 19hs... estaba permitido recibir llamadas! El primer llamado siempre era de mi papa, el segundo de mi novio, que se re porto, y a veces llamaba mi mamá. A las otras personas casi que no las llamaban, pero a mi todos los días. Era feliz por eso.

La psiquiatra la conocí el día que analizaban mi alta. Nunca antes la había visto. Psicólogas no había, no teníamos contención de ningún tipo. La gente se escapaba, robaba, y nadie hacia nada. Estaba cerca el comienzo de clases, entonces decidieron darme el alta con la condición de volver cada semana a hacerme controlar.

El régimen de las pastillas no se modificó. Tenía un certificado de somnolencia y se me permitía dormir en clases. Me sentía moribunda, zombi, no podía seguir así. Empecé a esconder mis pastillas, a no tomarlas. Mi madre no me controlaba y yo me sentía mejor. Pero al llegar las vacaciones de invierno un nuevo pozo depresivo me hizo tomarme todas aquellas pastillas guardadas. Le rogué a mi padre que no me llevaran a la Meelar. Y fue así, no me llevaron. Solo fue un lavaje de estómago... un 25 de julio, cómo olvidarlo.

Empezaron las clases nuevamente. Ahora me daban CARBAMAZEPINA. Un anticonvulsivo. Si antes no tenía reacción con el CLONAZEPAM y todas las otras cosas que me daban, ahora con esta medicación no podía reaccionar ni al ataque mortal de una babosa. Lo único que hacía era dormir y estudiar. 

Nunca en mi vida me había llevado una materia, necesitaba estudiar más, me estaba yendo mal. Empecé a dejar de tomar la carbamazepina, la escondía en las mangas, y las guardaba. Rendía recupera torios y me sentía la más inútil del mundo. Cuando rendí el ultimo recupera torio, el 7 de diciembre del 2009, me sentí tan abatida que la depresión volvió a apoderarse de mí. Me tome más de 40 pastillas de Carbamazepina. Lo último que me acuerdo era que quería apagar la luz, quedarme a oscuras. Sabía lo que se venía.

Me desperté en  la guardia del Sanatorio Allende. Mi padre de un lado, mi novio del otro. Había salido mal, una vez más me habían encontrado. No respetaban mi decisión de abandonar este mundo terrenal. No sé qué hora era, sabía que ya era tarde. No entendía nada. No podía mover mi cuerpo ni hacerme entender. Era imposible hablar... Y ahí escuche a mi mama quejándose: "No consigo ambulancia para llevarla a la Meelar!"

Dios! Porque de vuelta? Nadie había entendido que esas visitas semanales a la clínica me habían destruido cada vez más? No podía decir nada. Estaba entregada. Solo me largue a llorar.

El viaje en ambulancia no lo recuerdo. Pero en un momento abrí los ojos y me estaban bajando. Estábamos entrado por el portón a la Meelar. Era el portón del pabellón de la TRECE! Me agarro un ataque de pánico y solo suplique a la médica que por favor no me dejara ahí. Entonces me reconoció y me dijo: "Tranquilizate, no te entiendo. Decime que pasa!" y junte fuerzas y le dije: "A la trece no, por favor". Y entonces la enfermera dijo: "No la dejen acá, sigan por el pasillo, vamos al otro pabellón".

Me volvió la vida. No iba a estar en la trece, aunque no estaba en condiciones tampoco de estarlo. Perdí mi capacidad de caminar por 24 hs. más o menos. La camilla no entraba por el pasillo que separaba los pabellones. El médico de la ambulancia tuvo que alzarme y me caí como peso muerto golpeándome la cabeza contra la pared. Él tampoco la saco barata, creo que se esguinzó la muñeca. Y así fue como en una precaria silla de ruedas me llevaron a la 5. Esta vez la 5 era mi pieza.

Esta pieza no tenía camas ortopédicas y altas. Solo camas de pino, a 30 cm del suelo. Peor aún para intentar levantarme. Ese día me limite a gritar cuando necesitaba la chata. Al final me dejaron una chata puesta abajo y otra al costado de la cama. Vomitar y mear...

A la noche me vino a visitar un médico y me dijo que le explicara cómo me sentía. Solo le dije lo que más angustia me daba; además de no poder levantarme, no veía. Las imágenes pasaban como lentamente y con muchos flash de por medio. Me dijo: "JA, es normal. Ya te vas a poner bien"... Eso era normal? Para mí no era normal.

Al otro día me di por vencida. No quería ni tomar el desayuno. Seguía en la cama, con el 5° suero más o menos, vomitando y meando. Se acercó una enfermera y me dijo: "Dale nena! Fuerzas! Acaban de llamar de tu casa, estas en la bandera del colegio! Vamos nena, arriba!".

Yo en la bandera del colegio? Yo? Que me había pasado todo el año durmiendo, que tenía malas actitudes propias de estar tan sedada, que me había costado tanto levantar un par de aplazos... YO? Que ni siquiera había terminado de cursar el año, que seguramente había quedado libre de faltas. Porque yo? No se aún porque yo, pero eso me dio fuerzas para tratar de poner un poquito de mi parte. Ya llegaba el mediodía y el hambre empezaba a aparecer en mí. Esa era una buena señal. 

Nuevamente a los gritos llame a una enfermera, de otro modo nadie te venía a ver, y el portero de la clínica abrió la ventana desde afuera y  de mal modo me dijo: "Que te pasa?" y yo le dije: "Nada, quiero que me saquen la chata porque..." No me dejó terminar y empezó a gritar: "Che acá una se está cagando alguien le puede llevar una chata?". 

Que denigrante, que falta de tacto. La puta madre, que vivencia del orto.

Bueno la cosa es que vino la enfermera del día anterior y con mucha amabilidad me ayudo a pararme. Estuve un buen rato agarrada de una baranda. Estaba muy mareada. Pero se acercaba la hora de la comida. Era bañarme ahora, o nunca. 

La 5 era la única pieza con baño incorporado. Un baño cual baño de colectivo larga distancia. Me bañe sentada en el inodoro. La ducha daba justo ahí. Una vez limpia y con más cordura, me vestí como pude y salí entregada a una aventura en la clínica.

El 23 de diciembre me dieron el alta. Eso sí, yo pensé que me faltaba tiempo ahí dentro. Estaba tan ilusionada con una navidad ahí, había empezado a querer a mis compañeros, que nuevamente me sacaban todos más de 10 años de edad.

Llegué a mi casa y dije: "Si me quieren hacer un bien, no me lleven más a ese lugar, por favor." 

Mi vecina parece que fue la única que me escuchó y le dijo a mi mama de un hospital de día que a regañadientes fue a conocer. Ahí empezó mi nueva vida, lástima que era un hospital de día para anoréxicas y bulímicas y yo tenía sobrepeso! 

El primer día ahí dentro se me suprimieron casi todas las pastillas, pero me las fueron sacando de a poco. Me di cuenta que estaba bien cuando solo tomaba media, pero mi cuerpo no respondía a sus estrictas dietas y mi madre había dejado de ir a las juntas de madre… se terminaba el 2010, terminaba mi secundario, quise tomar las riendas de mi vida.

Era mayor de edad. Renuncié a cualquier tipo de tratamiento. Eso me valió muchas peleas con mi madre y hasta el hecho de que me fuera de la casa. Ella gritándome: "Enferma!" y yo rogando que no se despertara mi ira. Al final todo estuvo bien. 

Estoy en mi 3° año de universidad, me va bastante bien. Nunca más permití a nadie que me diera una pastilla de ningún tipo. Me di cuenta que la vida solo cuesta vida, como dicen. Hay que vivirla, como se pueda. De amor nadie se muere, de calor nadie se muere, de dolor nadie se muere. Por lo menos no en las condiciones en las que yo me sentía morir.

No sé si mi calidad de vida mental mejoro o si solo cada vez son más las cosas que me chupan un huevo. Me hago responsable de todo lo digo, hago y pienso. La verdad, estoy orgullosa de mi misma.

En enero del 2009 creí que mi futuro estaba ahí, en la Meelar. En el pabellón de la trece, rodeada de gente con la cual no podría tener nunca una charla coherente. Rodeada de gente que me iba a volver loca en serio. Que con solo 24hs. me había vuelto un poco loca. Realmente me vi pudriéndome encerrada en la trece. 

Sola, sin mí papá, sin mis amigos, sin nada. No sé qué fuerza mayor me hizo contener las ganas de reventarme la cabeza contra la punta de hierro de catre, siempre me lo pregunto. Pero la verdad me alegro de estar acá. 

Es la primera vez que escribo sobre esto. Creo que se me fue la mano. En algún momento yo tuve un diario, que lo prendí fuego, ahí relataba mis días y ponía: "Darío hoy se quiso escapar. Lo agarraron lo pichicatearon y hace dos días que no lo veo" ó  "Hoy entro la "flaca", se había hecho un Tang con veneno para rata. La pusieron en la pieza vip de la vieja coqueta*" (*La vieja coqueta era una que había adoptado la Meelar como geriátrico y ella por decisión propia estaba ahí. Tenía la mejor pieza, con tele, baño, cubre camas, camas lindas, etc...) Y relatos de ese tipo....

Quemé ese diario porque es una etapa pasada para mí. No voy a negar que mientras escribo esto no se me pianta un lagrimón, pero bueno. Todo se puede. LO QUE SE QUIERE SE PUEDE! Ese es mi lema. Nada es imposible en esta vida. Lo único que no tiene solución es la muerte. 

Creo que escribí esta crónica para mí, pero en realidad es bueno que la gente sepa más de mí antes de hablar... Me pasó una vez que una compañera en mi facultad se enteró de un 1% de ésto, más precisamente de la palabra "suicidio". Estábamos discutiendo en el patio, hasta el día de hoy yo no entiendo porque me tiene tanta bronca ni porque se enojó conmigo, y dijo: "SABÉS QUE? SUICIDATE!"

Vi en sus ojos la maldad, vi que quería herirme, sabía que ella había estado averiguando cosas de mí. Lloré, pero no porque ella me hubiese lastimado. Primero lloré por la ignorancia de la gente, que no sabe medir sus palabras. Lloré sabiendo que muchas veces yo no sé medir las mías, cómo ahora capaz... Pero tampoco soy tan insensible, admito que lloré porque me hizo acordar de lo que a veces intento olvidar: que la muerte me había llamado varias veces susurrando, y que a veces sigue llamando...